Semanas atrás se sancionó la denominada “Ley de las 40 horas”, norma modificatoria del código del trabajo que redujo la jornada laboral de 45 horas a 40 hs semanales. Pese a que ello fue presentado como un logro del gobierno en favor de las y los trabajadores, lo cierto es que en la suma y resta las realmente beneficiadas por la aprobación de éste proyecto son las patronales, porque -antes que nada- es una ley flexibilizadora de los tiempos de trabajo. Básicamente la ley aprobada permite a las empresas acomodar los tiempos de trabajo a su conveniencia sin aumentar los costos de la planilla salarial. Esta es la razón por la que fue votada transversalmente, del PC a la UDI, con la excepción de republicanos.
La flexibilidad que la burguesía celebra
Los aspectos antiobreros de la ley fueron la prenda de cambio en la negociación de la ministra del trabajo, Jeannette Jara del PC, con la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), avalada por la CUT dígase. La gradualidad es el primero de ellos, ya que la implementación de la reducción está prevista en una hora por año y así se completaría recién en el 2028. Pero aquí recién empieza.
Entre los severos retrocesos en las condiciones laborales está la “adaptabilidad” de la jornada ya que las 40 horas se consideran como un promedio de un ciclo de 4 semanas. Entonces no tenemos una reducción plana, sino que se consagra la posibilidad de modificar la semana laboral mediante “acuerdo de las partes” de manera que podrán combinarse semanas con alta carga horaria -hasta 52 hs según el tope establecido- y otras más bajas siempre que el promedio del ciclo sea de 40 hs. La duración de las jornadas y su distribución en el ciclo puede ser comunicada por la empresa hasta con una semana antes del inicio del mismo, con lo cual las y los trabajadores perdemos toda certeza en relación a las jornadas venideras y, con ello, la facultad de planificar nuestra vida fuera del trabajo. La posibilidad de una extensión de hasta 52 hs no sólo es un contrasentido con el objetivo publicitado de lograr mayor tiempo libre para las y los laburantes, sino que se traduce en un recurso para que las patronales aumenten la jornada en temporadas de alta demanda y así se ahorran el pago de horas extras, pues las jornadas así pactadas se pagan como una jornada ordinaria.
Todo ésto fue denunciado por sindicatos que, en una carta abierta, expresaron: “bajo el titular de reducir la jornada laboral a ’40 horas’, el proyecto encubre severos retrocesos que afectan gravemente los derechos de los trabajadores, en particular su certeza sobre la jornada laboral y el control de sus tiempos libres”. Y agregan: “Se trata de medidas de flexibilidad inéditas, las cuales no estaban contempladas en el proyecto original ni están relacionadas con las ideas matrices del proyecto. Tampoco formaban parte del programa de Gobierno propuesto a la ciudadanía y son más graves que las promovidas por los últimos cinco gobiernos”.
El “acuerdo entre las partes”, o sea, trabajador/empleador, es una fantasía que va contra la lógica incluso del derecho laboral burgués pues se descuenta la capacidad de imponer las condiciones que tiene la patronal. El acuerdo previo del sindicato que se requiere en el texto reformado, en caso de que existan y el trabajador esté afiliado, es sólo un requisito formal pues con sindicatos extremadamente débiles y fragmentados en la misma actividad, más que un resguardo son vehículos de la flexibilización. Actualmente sólo el 13 % del conjunto de trabajadorxs se encuentra sindicalizado y aún en éstos casos la atomización conspira contra las negociaciones colectivas. Así la clase trabajadora queda a merced de las apetencias de los capitalistas que con la flexibilidad consagrada con ésta reforma ahora tienen la posibilidad de aumentar la tasa de explotación manejando con mayor discrecionalidad las horas de trabajo.
Organicemos la lucha por nuestras demandas
La reducción de la jornada de trabajo es una de las banderas históricas de la clase trabajadora en todo el mundo, pero en éste caso estamos hablando de una estafa porque trafica enormes retrocesos para las y los trabajadores. Por otra parte, los bajos salarios que caracterizan el mercado laboral chileno desvirtúan lo poco que queda de positivo que la reducción porque lejos de traducirse en tiempo libre para la recreación o descanso, abre la posibilidad de asumir otra relación laboral o autoexplotarse en otra actividad para así poder llegar a cubrir el costo de vida.
Por éstos días también se aumentó el salario mínimo a 500 mil pesos y, como ya es regla, sirvió de oportunidad para destinar millonarios subsidios a las empresas para que puedan afrontar el aumento, además de exenciones impositivas. No sólo se trata de un salario completamente insuficiente para solventar las necesidades básicas, sino que las patronales aprovecharon para que el estado asuma parte importante de los sueldos de sus empleados. Nuestras demandas están siendo utilizadas como coartadas para hacer pasar enormes beneficios para el empresariado, mientras nuestras condiciones de vida sólo empeoran. Exigimos la reducción de 5 horas de la jornada laboral ahora y sin flexibilización. Echemos a andar nuestras capacidades organizativas y de lucha contra el gobierno y la oposición derechista para arrancarles respuestas a éstas y todas nuestras reivindicaciones.