Brasil: por qué votar nulo o en blanco en la segunda vuelta

La historia no se repite dos veces. Esta vez no es la excepción. En 2018, en la anterior elección presidencial, la clase capitalista brasileña y el imperialismo pusieron inicialmente sus fichas a favor de Geraldo Alckmin. Esa elección tenía su fundamento pues se trataba de un hombre de máxima confianza para el establishment, corroborado por sus muchos años en la cúpula del gobierno paulista, en la que terminó ungido como jefe de Estado. Desde ese lugar, cultivó y estrechó sus vínculos con la poderosa burguesía paulista, con el poder económico y con los sectores más conservadores. El derechista Alckmin fue uno de los principales adversarios de Lula durante buena parte de su carrera política y uno de los animadores del juicio político que culminó con la destitución de Dilma Rousseff. Como la candidatura de Alckmin no levantaba vuelo, no “enamoraba” a las masas con sus viejas recetas neoliberales, fue el ejército (que había jugado un papel central en la destitución de Rousseff, primero, y en el encarcelamiento de Lula después) el que tomó la “iniciativa” promoviendo la candidatura “antisistema”, de mano dura, de Bolsonaro. Esto llevó a que gran parte de la burguesía hiciera un giro en las últimas semanas de las presidenciales de 2018, y pasó a concentrar su apoyo en Bolsonaro.

Cuatro años después, el escenario es otro. El favoritismo de la clase capitalista, nativa y mundial, se ha volcado abrumadoramente a favor de Lula. Ahí tenemos los elogios y el apoyo que ha despertado en los más variados medios de la prensa internacional. Lula terminó recibiendo el respaldo de la industria (Fiesp), de la banca (Febraban) y de numerosas cámaras empresarias.

No es simplemente una anécdota sino que tiene su gran carga simbólica que esta vez, el neoliberal Alckmin haya pasado a ser un aliado principal del lulismo, compartiendo como candidato a vicepresidente la fórmula presidencial con el dirigente del PT. Es un signo inequívoco dirigido a los círculos de poder de que Lula no va a sacar los pies del plato.

Por si esto no bastara, otras definiciones clave a favor de Lula se han ido sumando. A la decisión del expresidente Fernando Henrique Cardoso de llamar a votarlo desde la primera vuelta se agregó la de un represente clave de las finanzas como lo es Henrique Mereilles, ex CEO del Banco Boston y quien fuera presidente del Banco Central bajo los primeros mandatos de Lula –y fue luego del gobierno golpista anti PT de Michel Temer-, a quien, de acuerdo a los trascendidos que han ido afirmándose con el correr de los días, sindican como el futuro ministro de Economía. Lula no ha dejado de tirar señales de contemporización con el orden social reinante. Su slogan de “paz y amor” expresa una campaña que ha sido vaciada de cualquier contenido social y reivindicativo y en la cual no se prevé revisar los avances reaccionarios impuestos bajo el mandato de Temer y Bolsonaro, como la esclavista reforma laboral y previsional o las privatizaciones ya concretadas o en curso. En materia social, Bolsonaro se ha podido dar el lujo de correrlo por “izquierda” al líder petista con el aumento de los planes asistenciales, cuestión que pretende reforzar, ahora, en el interregno a la segunda vuelta, con nuevas medidas (aguinaldo para las mujeres beneficiarias de la ayuda estatal) así como en una rebaja de impuestos que se ha traducido en una reducción del precio de los combustibles que venían impactando fuertemente en los bolsillos de la población y subsidios al consumo domiciliario de gas.

Lula ha sido claro que en su gobierno va a primar la austeridad (léase ajuste), mientras ofrece garantías de que va a operar como vehículo de los intereses capitalistas. Ya en su anterior mandato, Lula había oficiado como representante y gestor de negocios de la burguesía brasileña, entre los cuales se destacan Odebrecht y otros contratistas y beneficiarios de las concesiones del Estado. Pero el nuevo mandato no va a ser una réplica del pasado. Marchamos a una versión aún más conservadora. Lula acaba de declarar, operando un giro en relación a su postura anterior, en contra del aborto en la búsqueda de congraciarse con los sectores clericales y en especial evangélicos, tradicionalmente más cercanos a su rival. Los 30 días hasta la segunda vuelta probablemente nos deparen otras sorpresas.

Resumiendo, en el presente escenario brasileño, la principal carta del gran capital es Lula. Esto es lo que explica que rápidamente Simone Tebet, que viene de las filas de Bolsonaro y Ciro Gomes (que no apoyaron al PT en el 2018) hayan resuelto el llamado a votarlo en la segunda vuelta. Este apoyo obviamente no será gratuito. Por lo pronto, la ex aliada de Bolsonaro estaría negociando un cargo en el gabinete. Esta caracterización central es la que debe presidir la conducta a seguir en la segunda vuelta. La cuestión clave es cómo preparar y armar a los trabajadores para enfrentar al gobierno de Lula y la política reaccionaria y antiobrera que va a venir de su mano. La propia elección debe ser utilizada como un terreno para una demarcación tajante con respecto al PT, su rumbo y orientación y una defensa de la independencia política. Un voto a favor de Lula socava esta tarea. Bajo las consideraciones expuestas, planteamos y llamamos a impulsar el voto nulo o en blanco en la segunda vuelta. No se debe respaldar y avalar a una opción que hoy es la principal apuesta de la clase capitalista, que viene a frenar la lucha de las masas y mantener la “nueva” realidad económico-social de Temer-Bolsonaro.

Cambio de escenario

No se nos escapa que no se puede poner un signo igual entre Lula y Bolsonaro. El carácter abiertamente fascistizante del actual jefe de Estado brasileño está fuera de discusión.

Este hecho, recordemos, despertó reservas y recelos de la burguesía a la hora de apoyarlo en el año 2018, pero en ese momento se venía de la destitución de Dilma y lo que se privilegió fue consolidar el golpe de Estado, que tuvo un amplio apoyo cívico y militar. Sin embargo, es necesario diferenciar el ascenso de un facho al gobierno con la instauración de un régimen fascista, que supone la movilización de la pequeña burguesía empobrecida en aras de aplastar a las organizaciones obreras e instaurar un régimen de terror. El gobierno de Bolsonaro no logró ese objetivo bajo su presidencia. Hemos asistido bajo los 4 años de su mandato a un régimen de tipo bonapartista que no estuvo exento de choques, rupturas y tensiones. Bolsonaro tuvo que convivir en el gobierno con un espectro de fuerzas heterogéneo.

El signo ideológico de la camarilla gobernante no ha cambiado pero… lo que ha cambiado es el contexto. Hay una extrema preocupación del gran capital por evitar un desmadre en América Latina, que ya viene siendo sacudida por crisis políticas y rebeliones. Brasil no ha llegado al extremo de otras naciones del continente, pero no vive a espaldas del escenario latinoamericano. Existe un temor fundado en el establishment que la continuidad de Bolsonaro podría terminar siendo un factor de desestabilización. Recordemos que, aunque el proceso no es rectilíneo, la derecha viene en retroceso en América Latina (Chile, Colombia, Perú). Bolsonaro fue el hombre de Trump en América Latina, impulsando los acuerdos de la “mesa de Lima” contra el régimen venezolano, orquestando el golpe derechista que destituyó a Evo Morales y que terminó provocando una huelga general y la caída del gobierno golpista de Jeanine Añez. Hoy, el imperialismo desconfía del carácter aventurero de la camarilla bolsonarista, cuya principal base de sostén está en las fuerzas armadas, aunque aún en su interior está lejos de haber una homogeneidad. Hace muy poco Bolsonaro destituyó al ministro de Defensa y colocó en su lugar a un militar más afín a él. Lo que viene abriéndose paso en la política del gobierno imperialista de Biden hacia América Latina es la convivencia con la “ola rosa” de gobiernos nacionalistas y centroizquierdistas que han relevado a los gobierno de derecha y cuya función fundamental apunta a desactivar rebeliones populares potenciales o que hayan tenido lugar. Como se ve, la situación actual mantiene una diferencia sustancial con la de 2018, cuando la burguesía y el imperialismo apostaron por el triunfo de Bolsonaro. El voto a Fernando Haddad, en aquel balotaje, era la forma de empalmar con un movimiento de masas, el “Ele Nao”, y de rechazar la consolidación de los golpistas en el poder.

La nueva “ola rosa”, a diferencia del pasado, no va a contar con el viento de cola de la economía internacional. Marchamos a un contexto explosivo porque estamos entrando a una fase más aguda de la crisis capitalista, marcada por la inflación, la recesión y la guerra, que está acompañada por una catástrofe energética y alimentaria, que viene haciendo estragos tanto en las economías centrales como en los países emergentes. América Latina no se sustrae a este panorama y tiende a transformarse en una olla a presión que prepara el terreno a grandes estallidos sociales. Los “progres” actuales estarán obligados a lidiar en estas aguas turbulentas y se pondrá prueba su capacidad de contención de las masas y de pilotear la crisis.

La amenaza bolsonarista y cómo combatirla

La amenaza que representa la extrema derecha y, más aún, el fascismo, de ningún modo puede ser despreciada. El 43% de los votos que cosechó Bolsonaro deben ser tomados como una seria advertencia de que no estamos ante fuegos de artificio sino ante un peligro real. Pero la lucha contra ello plantea, más que nunca, la independencia política de los trabajadores. Lejos de combatir al bolsonarismo, la tendencia prevaleciente en Lula y sus acólitos será una política contemporizadora con la fuerza que encabeza el actual presidente, que ha conquistado gobernaciones estratégicas como las de Rio de Janeiro, Brasilia o Minas Gerais y mayorías sustanciosas en otras como San Pablo y Rio Grande do Sul para la segunda vuelta, y una bancada importante en el marco de un Congreso donde la derecha tiene mayoría. Esto incluye compromisos en el área económica y social pero también en lo que se refiere a las fuerzas armadas (donde Bolsonaro conserva una gran cuota de influencia) y en el aparato de seguridad. No olvidemos que Alckmin, cuando gobernó el estado de San Pablo, era conocido por la mano dura en materia represiva y el aliento y respaldo a la policía de gatillo fácil. Los vasos comunicantes entre ambos bandos que hoy se enfrentan en las elecciones están llamados a ser muy estrechos desde el momento que una parte de la derecha y del neoliberalismo estarán dentro del propio gobierno lulista. Agreguemos que esta situación abre las puertas a que se repita la película cuya final ya es conocido: los aliados actuales -léase los Alckmin-, como antes los Temer, puedan ser los golpistas del mañana. La propia política del PT en su momento pavimentó el camino a la conspiración derechista y fascistoide.

No olvidemos que el PT capituló y entregó el poder sin resistencia ante el golpe de Temer. Si Bolsonaro pudo abrirse paso primero y mantenerse en el poder después, aún en momentos críticos como lo fue el de los 700.000 muertos por Covid, es por responsabilidad del PT, que ahogó todo intento de resistencia popular de las masas. Lula utilizó la tutela burocrática que ejerce sobre la CUT y otros movimientos sociales de lucha para contener una reacción popular. Como parte de esta política, dejó pasar la reforma laboral y previsional y las privatizaciones, como la del Correo, que desató una huelga nacional de los trabajadores de esa actividad y que terminó desangrándose luego de varias semanas de una heroica lucha sometida al aislamiento por parte de las cúpulas de las centrales obreras.

Independencia obrera

Bolsonaro encontró, en esa parálisis de las organizaciones obreras, el oxígeno que necesitaba para llegar relativamente vivo y coleando a las elecciones presidenciales -y hasta se envalentonó con ciertas iniciativas. Si la “serpiente” fascista ha dejado de ser más que un huevo y se ha desarrollado es directamente proporcional a la pusilanimidad de las direcciones políticas y sindicales de las organizaciones obreras y populares. No se puede disociar el devenir político de los avatares de la propia lucha de clases, cuya dinámica y desenlace condiciona el desarrollo y las perspectivas de los diferentes actores sociales y fuerzas políticas en pugna en todos los ámbitos, incluido el electoral. Se puede decir muchas cosas sobre cuál es el grado de atraso o maduración del pueblo brasileño, pero es una impostura, en nombre de esos límites, cargarle con la responsabilidad del auge bolsonarista cuando el pueblo no fue convocado a una lucha seria sino que se frustraron las iniciativas que se insinuaron en esa dirección.

De cara a lo que se viene, la acción y movilización independiente de los trabajadores es fundamental para enfrentar a esta nueva experiencia de frente popular que se avecina y los nuevos ataques que se vienen. Enfrentar al gobierno de Lula desde el primer minuto y desarrollar una lucha de masas independiente para imponer una victoria de las reivindicaciones planteadas, no sólo constituirá un golpe a los planes entreguistas y antiobreros sino también a la derecha fascista y no fascista -la que está dentro de su gobierno y la que está fuera de él- con la cual Lula se propone convivir. No se nos puede escapar que el bolsonarismo tenderá a hacer causa común con el gobierno en lo que se refiere al ataque a los trabajadores, aunque no se privará de hacer una demarcación del gobierno del PT y hasta cierta demagogia, haciéndole cargar a la gestión de Lula el costo de una nueva fase de ofensiva contra las masas. En este contexto, las amenazas y presiones de la derecha serán utilizadas para maniatar a las organizaciones obreras y frenar una lucha real por sus reclamos. Es necesario romper con esta trampa, y defender la independencia política de los trabajadores. El voto en blanco o nulo en la segunda vuelta apunta a desarrollar esta perspectiva.

 

Nota original de Prensa Obrera