En mi último viaje de regreso a Chile me encontré con un país convulsionado. Parte de este fenómeno ya me lo había adelantado la prensa internacional y su criminalización clara de la protesta, pero Chile tenía mucho más para dar; los chilenos no habíamos olvidado la capacidad inagotable del pueblo trabajador para organizarnos, luchar y luchar, aunque en muchos casos esto cueste la vida.
Caminando por las calles de la ciudad de Quilpué, región de Valparaiso, pude encontrar un cabildo, la organización del territorio tiene una visión clarísima del problema, es imposible superar la herencia de Pinochet y el neoliberalismo sin levantar un proceso constituyente con la pluma de las bases, proceso que permita culminar con el modelo privatizador de la vida y la dignidad. Algunos carteles dejaban leer “hasta que la dignidad se haga una costumbre”.
En la plaza de armas de la ciudad un micrófono abierto permite a la ciudadanía expresar su malestar, las pensiones de miseria del sistema de AFP, la deuda de los estudiantes universitarios, el desfinanciamiento de la salud y educación pública, la venta de derechos de agua y la escasez hídrica provocada, el modelo extractivista y depredador de los recursos naturales, eran algunos de los temas en discusión. Todo el sentido de normalidad del proceso de diálogo fue interrumpido por una patrulla de carabineros que entró gaseando con lacrimógena la totalidad del espacio. Los asistentes corrieron en estampida por avenida Aníbal Pinto, junto con ellos corren todos los peatones que se encuentran en el lugar ante la imposibilidad de respirar. El local donde me refugio comienza a cerrar sus puertas, esto pasa todos los días, dicen. Tras las últimas personas que terminan de pasar se escuchan los disparos de balines antidisturbios, así les llaman, de disturbio nada. La patrulla de carabineros comienza una persecución de los ciudadanos a pie que doblan por Avenida Los Carrera. En la esquina un automóvil que nada tenía que ver con el alboroto es impactado por la patrulla de carabineros y su afán persecutor. Los dos pasajeros terminan hospitalizados con diversas contusiones.
La rebelión popular no solo movilizó a Santiago y las principales ciudades de regiones, también despertó las esperanzas de cambio en sectores de provincia históricamente desconectados del quehacer de las grandes urbes.
El emplazamiento es claro, Piñera es responsable de llevar el país al abismo, de la violación sistemática a los derechos humanos que deja la represión de carabineros y la semana de toque de queda con un estado de sitio de facto y de militares ocupando las calles. Es imposible además que el heredero directo del régimen pinochetista sea capaz de responder a la clara demanda popular por una asamblea constituyente libre y soberana. Constituyente y Piñera no son compatibles, Piñera debe irse, Fuera Piñera. Pero además la crisis ha afectado a todos los partidos de la política tradicional, quienes administraron la constitución del dictador desde la vuelta a la democracia en los años 90´s, con pequeñas reformas y algunos acomodos, pero constitución del 80 al fin. La derecha así como la ex Concertación son cómplices y usufructuarios del modelo, y son apuntados derechamente por los manifestantes que día a día copan las calles. ¿Cómo quiénes son parte del problema, ahora podrían ser parte de la solución?
Mientras tanto el oficialismo desesperado llama al rescate y a un nuevo pacto social que contenga la rebelión. Y ha llamado a un plebiscito de entrada que clarifique la voluntad de cambio de Constitución y el mecanismo a utilizar. El oficialismo no ha escuchado, y no sabe escuchar el pedido claro de la ciudadanía. A este salvataje no solo acude la supuesta oposición concertacionista, también parte del Frente Amplio “cocina” el pacto de salvación. El PC y otros sectores no tardarían en rechazar el pacto pero anuncian su participación en el proceso.
Es que nuevamente la política tradicional y sus cómplices creen que pueden reciclarse ¿Cuál es la respuesta de las calles? Más organización, más cacerolazo y más lucha en las calles. Es que en el oasis chileno y modelo ejemplar para la región, no solo algunas pocas familias son dueñas de todo lo que consumes, también son dueñas de lo que lees y de la realidad a informar, al modelo chileno se le ha quitado finalmente el velo.
La mercantilización de la vida en Chile ya no se aguanta más, y son los trabajadores los que esta vez no están dispuestos a dar su brazo a torcer. Es que sabemos que cada una de las manifestaciones pacíficas de estos 30 años no sirvieron para nada, y que la institucionalidad, lejos de responder a las inquietudes populares, se dispuso a proteger al régimen instaurado en dictadura a costa de fusil y sangre.
En mis últimos días antes del regreso a Argentina, el golpe en la hermana Bolivia deja un mensaje claro: la burguesía regional sigue estando dispuesta a la sangre con tal de defender sus privilegios. Pero por otro lado Bolivia es evidencia del agotamiento de los modelos llamados “nacionales y populares”, quienes frente a la crisis del capital se han agotado. Me vengo de Chile preocupado, el efecto contagio y el surgimiento del neofascismo encabezado en la región por Bolsonaro son una señal de advertencia ¿Quiénes van a capitalizar el descontento generalizado ante el sistema neoliberal?
En mi viaje al aeropuerto de Santiago uno de los carteles que se ve en la carretera deja leer: “somos los de abajo, y vamos por los de arriba”. Seguiremos confiando entonces en la organización de la clase obrera.